La legalización de la marihuana en EE. UU. destrozó las exportaciones mexicanas de cannabis, tal como se esperaba.
Pero me equivoqué. No debilitó a los cárteles, como muchos esperábamos.
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En 2009, volé en helicóptero con el 94.º Batallón de México desde Culiacán, la capital de Sinaloa, hasta una plantación de marihuana en las montañas de Badiraguato, la tierra de El Chapo. Estaba grabando un reportaje para televisión (abajo pueden ver un fragmento de cuando era más joven) y los soldados siguieron el juego: se agacharon con los rifles listos para el fuego enemigo y desmenuzaron la marihuana para quemarla bajo el sol abrasador. Por si alguien tiene curiosidad, ver quemar cannabis no produce ningún efecto psicoactivo; no se ha secado y el humo asciende directamente a las nubes.
Si bien los patrullajes militares pueden parecer un espectáculo, el problema de fondo era muy real. En aquel entonces, los narcotraficantes mexicanos traficaban grandes cantidades de marihuana a consumidores estadounidenses. Ese año, agentes estadounidenses incautaron 1,5 millones de kilos de marihuana en la frontera suroeste, la mayor cantidad jamás registrada. Dado que siempre pasaba mucha más droga de la que se incautaba, los narcotraficantes mexicanos ganaban miles de millones de dólares.
Me parecía una locura que las ganancias de la marihuana, tan consumida en Estados Unidos, financiaran a los cárteles que sembraban la violencia en México. Me sumé a las voces que pedían la legalización de la marihuana, incluso en mi primer artículo de opinión en el New York Times, con el argumento de que debilitaría a los cárteles al sur del Río Bravo.
Mis colegas periodistas de mayor edad solían considerar cualquier legalización de drogas como algo inviable. Pero todo cambió en 2012 cuando los votantes de Colorado y el estado de Washington aprobaron iniciativas electorales para legalizar la marihuana para uso recreativo. Fue un momento revolucionario, la primera vez que se legalizaba el cannabis en algún lugar del mundo desde que comenzó la ola de prohibición un siglo antes (los famosos coffee shops de Ámsterdam funcionaban gracias a la ambigüedad legal). Es más, Colorado y Washington actuaron directamente en contra del gobierno federal y de los tratados de las Naciones Unidas. Estas medidas podrían ser anuladas.
Sin embargo, la legalización no solo sobrevivió, sino que se extendió. Los estados, como fichas de dominó, aprobaron el uso recreativo de la marihuana: Alaska y Oregón en 2014; California y Nevada en 2016; Nueva York en 2021. Actualmente, la marihuana es legal para uso recreativo en 24 estados, además del Distrito de Columbia, y para uso medicinal en 42.
A pesar de las peticiones de los activistas, el gobierno federal bajo la presidencia de Joe Biden no legalizó la marihuana para alinearse con estas iniciativas. Sin embargo, flexibilizó la aplicación de la ley y Biden indultó a muchos por delitos federales relacionados con la marihuana. Más importante aún, la agencia AP reveló que la DEA está considerando reclasificar el cannabis como una droga menos peligrosa, relegándola a la Lista III, junto con los esteroides anabólicos.
Como muchos esperábamos, esta ola de legalización ha diezmado el tráfico de marihuana desde México, como muestra el gráfico a continuación. En el año fiscal 2013, antes de que entraran en vigor las nuevas leyes, agentes estadounidenses decomisaron 2.4 millones de libras de marihuana en la frontera suroeste. En 2023, esa cifra se redujo drásticamente a tan solo 61,000 libras, una caída del 97.5 por ciento.
Los estadounidenses ya no quieren marihuana mexicana de baja fuerza, y no hay ningún beneficio económico por traficarla. Quieren marihuana estadounidense de marcas, que muchos pueden comprar en dispensarios.
Todo esto parece un rotundo éxito en la lucha contra los cárteles, al haber cortado sus ingresos y ahorrado a los agentes fronterizos el trabajo de perseguir a los correos de marihuana, conocidos como burros, que la transportan por el desierto. Sin embargo, resulta difícil creer que alguien haya tenido éxito en la lucha contra las drogas y los cárteles durante la última década.
México atraviesa su periodo más violento desde que se tienen registros modernos, con más de 30.000 homicidios al año. Los cárteles ejercen un control sobre pueblos y ciudades, extorsionando a la población de forma masiva. Además, los narcotraficantes se han adentrado en el peligroso tráfico de fentanilo, provocando la peor crisis de sobredosis que Estados Unidos haya visto jamás, con más de 100.000 muertes en varios años.
En 2012 escribí en The Times que la legalización del cannabis “infligiría más daño financiero del que los soldados o los agentes antidrogas han logrado en años y debilitaría sustancialmente a los cárteles”. Tengo que admitir que no ha sido así.
En este artículo, analizo cómo los cárteles han modificado sus operaciones y en qué medida esto se relaciona con las reformas en materia de marihuana. Reflexiono sobre las lecciones que podemos extraer de esta experiencia y cómo podríamos avanzar.
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